Umberto Eco
El Mundo - Traducción de Helena L. Miralles
5 de marzo de 2004
El semiólogo italiano reflexiona sobre la escasez de mujeres en el ámbito del
pensamiento y se sorprende, a raíz de la lectura de un libro recién publicado
en Francia, de la existencia de filósofas ya en el mundo clásico, a pesar de
que las grandes enciclopedias no las citen.
Filosofar en femenino: el pensamiento silenciado
La antigua afirmación filosófica según la cual el hombre es
capaz de pensar el infinito, mientras que la mujer da sentido al infinito,
puede leerse de muchas maneras: por ejemplo, puesto que el hombre no sabe hacer
hijos, se consuela con las paradojas de Zenón.Ahora bien, basándose en
afirmaciones de este tipo se ha difundido la idea de que la Historia (por lo
menos hasta el siglo XX) nos ha dado a conocer a grandes poetisas y a
narradoras superlativas, así como a científicas de varias disciplinas, pero no
a mujeres filósofas ni a mujeres matemáticas.
En distorsiones de este tipo se ha fundado durante mucho tiempo la convicción
de que las mujeres no tenían aptitudes para la pintura, a no ser por las
habituales Rosalba Carriera o Artemisia Gentileschi. Es natural que, mientras
la pintura consistiera en frescos de iglesias, subirse a un andamio con faldas
no fuera algo decente ni fuera oficio de mujer dirigir un taller con 30
aprendices, pero las mujeres pintoras han aparecido en cuanto se ha podido
hacer pintura de caballete.
Hildegarda de Bingen |
Algo así como decir que los judíos han sido grandes en muchas artes pero no en
pintura hasta que no apareció Chagall. Es verdad que la cultura judía era
eminentemente auditiva y no visual, y que no debía representarse a la divinidad
mediante imágenes, pero hay una producción visual de indudable interés en
muchos manuscritos judíos. El problema es que era difícil, en los siglos en que
las artes figurativas estaban en manos de la Iglesia, que un judío se sintiera
alentado a pintar vírgenes y crucifixiones, y sería como asombrarse de que
ningún judío haya llegado a ser Papa.
Las crónicas de la Universidad de Bolonia citan a profesoras como Bettisia
Gozzadini y Novella d'Andrea, tan bella que tenía que dar clase detrás de un
velo para no turbar a los estudiantes, pero no enseñaban Filosofía. En los
manuales de filosofía, no encontramos a mujeres que enseñaran Dialéctica o
Teología. Eloísa, brillantísima e infeliz alumna de Abelardo, tuvo que
conformarse con convertirse en abadesa.
Tampoco hay que tomarse a la ligera el problema de las abadesas, y le ha
dedicado a ello muchas páginas una mujer-filósofo de nuestro tiempo como Maria
Teresa Fumagalli. Una abadesa era una autoridad espiritual, organizativa y
política, además de desarrollar funciones intelectuales importantes en la
sociedad medieval.Un buen manual de filosofía tiene que incluir entre los
protagonistas de la Historia del pensamiento a grandes místicas, como Caterina
de Siena, por no hablar de Hildegarda de Bingen, con cuyas visiones metafísicas
y perspectivas sobre el infinito seguimos lidiando todavía hoy en día.
Hipatia de Alejandría |
La objeción de que la mística no es filosofía no es sostenible porque las
historias de la filosofía reservan espacio a grandes místicos, como Suso,
Tauler o Eckhart. Y decir que gran parte de la mística femenina se centraba más
en el cuerpo que en las ideas abstractas sería como decir que de los manuales
de filosofía debe desaparecer, qué sé yo, Merleau-Ponty.
Las feministas eligieron hace ya tiempo como heroína a Hipatia, que, en la
Alejandría del siglo V, era maestra de Filosofía Platónica y de Matemáticas.
Hipatia se ha convertido en un símbolo, pero desgraciadamente de sus obras sólo
ha quedado la leyenda, puesto que se perdieron como se perdió también ella,
hecha literalmente pedazos por una turba de cristianos exacerbados,
soliviantados según algunos historiadores por aquel Cirilo de Alejandría al que
se le hizo santo, aunque no por eso. Pero, ¿Hipatia era la única?
Recientemente, se ha publicado en Francia un librito, Histoire des femmes
philosophes. Si nos preguntamos quién es el autor, Gilles Ménage, descubrimos
que vivía en el siglo XVII, que era un latinista preceptor de Madame de Sévigné
y de Madame de Lafayette y que su libro, aparecido en 1690, se titulaba
Mulierum philosopharum historia. Con que Hipatia era la única: aunque esté
dedicado, sobre todo, a la edad clásica, el libro de Ménage nos presenta una
serie de figuras apasionantes: Diótima la socrática, Arete la cirenaica,
Nicarete la megárica, Hiparquia la cínica, Teodora la peripatética, Leontion la
epicúrea, Temistoclea la pitagórica. Hojeando los textos antiguos y las obras de
los padres de la Iglesia, Ménage encontró citadas a 65 filósofas, aunque su
concepto de filosofía era bastante amplio.
Si calculamos que en la sociedad griega la mujer estaba confinada entre las
paredes domésticas, que los filósofos preferían entretenerse, más que con
buenas mozas, con mozalbetes y que, para disfrutar de notoriedad pública, la
mujer tenía que ser cortesana, se entiende el esfuerzo que tuvieron que hacer
aquellas pensadoras para poderse afirmar. Por otra parte, a Aspasia se la
recuerda como cortesana, aunque de calidad, olvidando que era experta en
retórica y filosofía y que (nos lo cuenta Plutarco) Sócrates la frecuentaba con
interés.
He ido a hojear por lo menos tres enciclopedias filosóficas de hoy en día y, de
estos nombres (salvo Hipatia), no he encontrado ni rastro. No es que no
existieran mujeres que filosofaban. Es que los filósofos han preferido
olvidarlas, quizá tras haberse apropiado de sus ideas.
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